Educando según el modelo de Jesús

Educar a los propios hijos es una de las obligaciones, pero también uno de los derechos fundamentales de los padres de familia. Educar a los hijos no es solo prepararlos para la vida laboral enviándolos desde pequeños a la escuela; educar, es en primer lugar, formar varones y mujeres autosuficientes, autónomos, libres, maduros e independientes que puedan construir su propia felicidad y sean capaces de compartir con los demás sus logros y sean capaces de formar comunidad y vivir en comunidad. El ser humano es social por excelencia, pero no lo es como otros seres de la creación que forman sociedades por mera necesidad o conveniencia: el hombre es un ser social porque necesita a los demás. Nosotros no nos relacionamos con la hembra de la manada que nos alimenta o con el macho del grupo que nos protege o provee de alimento, nos aferramos afectivamente a una madre y a un padre como una necesidad de estabilidad psicológica y afectiva. Padezco carencias si no tengo un padre, una madre, unos amigos y personas que me acepten, quieran y muestren simpatía por mí. Esa necesidad es la que convierte a un padre o madre de familia en alguien importante en la vida de los hijos; son ellos quienes les dan las herramientas para llevar a cabo una vida sana, fructífera y feliz; por el contrario, si no brindan esas herramientas, los hijos corren el riesgo de ser gente desdichada, infeliz e inestable. Pero para un padre o madre de familia cristianos, Jesús tiene algo que decirnos sobre la educación de los hijos, porque Jesús ha venido para ofrecernos vida, y vida en abundancia y plena. Esta vida abundante y plena no la quiere ni la ofrece Jesús en el cielo, sino que quiere que desde aquí y ahora vivamos la plenitud que solo Dios puede ofrecernos, porque él es el único Padre bueno por excelencia.

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